Esta horrible expresión que sirve de título a este artículo la oí por primera vez cuando era un niño, quizás el año 1944 o 45. (Ver foto, que soy yo, aunque un poco más joven). Alguien dijo que los japoneses lavaban el cerebro de sus prisioneros norteamericanos. Quedé enfermo y muy asustado. Imaginé que les abrían el cráneo y les lavaban el cerebro con jabón. Luego me explicaron que ese no era el procedimiento, que sólo se limitaban a inducirle ideas sin abrir cráneos, quizás no los dejaban dormir y les enseñaban a toda hora otras ideas diferentes a la que tenían sobre las cosas y las personas; en especial, sobre la política y la guerra.
Quedé un poco más tranquilo, pero de todos modos me preocupé mucho por la triste suerte de esos jóvenes militares gringos apresados por los malvados japoneses que les lavaban el cerebro día y noche. ¿Sería posible cambiar la mentalidad, la forma de pensar de una persona? ¿Sería posible hacerle creer a alguien que lo bueno era malo y que lo malo era, en verdad, lo bueno?
Me alejo un momento del tema. Iquique es un puerto en el norte de Chile. En esos años tenía unos 30 mil habitantes y entonces como ahora estaba rodeado por el mar al oeste; por una cadena de cerros marrones de 400 metros de altura al este, que lo separa del desierto más árido del mundo; y por arriba un cielo azul, algo nuboso por las mañanas, aunque nunca llovía ni llueve. Como todos los niños iba al colegio y en la mañana antes de entrar a clases nos formaban militarmente en filas -para fortalecer nuestra disciplina- y cantábamos casi siempre la misma canción:
"Un canto de amistad, de buena vecindad, unidos nos tendrán eternamente, por nuestra libertad, por nuestra lealtad, (no recuerdo bien, han pasado más de seis décadas) Argentina, Brasil y Bolivia; Colombia, Chile y Ecuador; Uruguay, Paraguay, Venezuela; Norteamérica, Méjico y Perú... son hermanos soberanos de la Libertad... son hermanos soberanos de la Libertad..."
A Iquique llegaba una hermosa revista (en blanco y negro) con bellas fotos, se repartía GRATIS y se llamaba En Guardia. Había fotos de "bombas para Hitler" (para lanzar en la cabeza de Hitler), que presentaba orgulloso el Pato Donald (o quizás el Ratón Mickey) junto a fotos de grandes tanques y fortalezas volantes, conocidos como los bombarderos B29 y artículos en que decían que después de la guerra habría de todo y para todos.
Los niños íbamos los domingos a la matiné, que era una sesión a primera hora de la tarde en el cine. Pasaban (echaban, dirían en España) la serial. Algo parecido a las actuales telenovelas o a las series de TV que se pasan por capítulos. Los héroes favoritos (todos norteamericanos en películas hechas en Holywood) eran el cowboy Tom Mix; Tarzán (con Jhony Weismuller); Flash Gordon, un viajero espacial que luchaba contra el Emperador del planeta Mongo; Superman, en sus primeras versiones, y por sobre todos ellos, el más repetido, Don Wilson de la Marina Norteamericana, que ganaba la guerra a los malvados japoneses con una lancha torpedera o con una barcaza de desembarco. El Noticiero siempre informaba de las acciones de guerra, que gracias a los valientes ‘marines de USA’ íbamos ganando y que ganaríamos pronto y siempre la promesa de que después de la guerra habría de todo y para todos.
Promesa muy importante, porque aunque mi padre era abogado y tenía una buena situación, en casa sufríamos como todos en Iquique la escasez de agua y de alimentos. Teníamos sólo dos horas de agua en las tuberías, por las mañanas y luego se cortaba por todo el día. No había harina para hacer pan. Era la época de la crisis salitrera. Antes había habido muchos millonarios que compraban muebles de saldo del Tercer Imperio en Francia y traían pianos de cola que subían al desierto en lomos de mula, pero de eso ya sólo quedaban los recuerdos. Pío XII, el Papa, dictó una bula o dispensa (o como se llame lo que dicta el Papa) que autorizaba a las gentes de Iquique a comer carne los viernes, incluso los viernes santos, si es que había carne para esos días (y si no se ha derogado) creo que todavía no es pecado que comamos carne en Viernes Santo.
En realidad, fue una medida sin importancia, porque en esos años nunca había carne en Iquique. Y después de la guerra la cosa siguió igual, aunque no para todos. Los que teníamos buena situación podíamos conseguir casi de todo, con lo que ‘casi’ me creí la propaganda bélica y por algunos años pensé que habíamos ganado la guerra mundial.
En realidad, fue una medida sin importancia, porque en esos años nunca había carne en Iquique. Y después de la guerra la cosa siguió igual, aunque no para todos. Los que teníamos buena situación podíamos conseguir casi de todo, con lo que ‘casi’ me creí la propaganda bélica y por algunos años pensé que habíamos ganado la guerra mundial.
Pero, ¿me estoy alejando del tema... o no? Porque este era (o es) un artículo sobre lavado de cerebro. ¿Vas comprendiendo amable lectora o amable lector? Te estoy contando que desde niño me lavaron el cerebro. Me comieron el coco, dicho en chilensis. Tanto que hasta muchos años después seguí creyendo que las torturas eran algo propio de los pueblos asiáticos. Sólo ellos, que eran salvajes podían inventar las torturas más horribles y practicarlas con sus prisioneros –sin respetar la Convención de Ginebra- con absoluto desprecio por los Derechos Humanos, los mismo que yo estudié como Garantías Constitucionales y que todos los militares y uniformados de Chile juraban respetar… ¡Ya sé que estas pensando! ºººOtra vez, Máximo vuelve con lo mismo. Empieza con un tema que parece interesante, pero regresa a su obsesión contra los milikosºººº No, amable lectora o amable lector, esta vez no insistiré en lo obvio, pero perdóname que haya aprovechado de pasadita de decir lo que he dicho.
El tema es mucho más serio, más profundo y a la vez es más cotidiano. El tema es el lavado día a día del cerebro. Lo avisó McLuhan en los años 50, “Galaxia Guttenberg”. Dijo muchas cosas sobre la ducha diaria de publicidad. ¡Pobre hombre! Hoy hablaría del diluvio de anuncios que recibimos a cada instante. El lavado de cerebro esta muy relacionado con el estado hipnótico, que es absolutamente natural y cotidiano, y con fuerte influencia subliminal de todos los mensajes, en especial los publicitarios.
Adonde quiero llegar es a explicarte que tus pensamientos más íntimos, tus convicciones más profundas, tus creencias más queridas, están afectadas, influenciadas y quizás condicionadas por un lavado diario y continuo de cerebro que te llega a través de la TV y de los medios de comunicación. Hasta puede ser posible que tus pensamientos no sean tuyos. De hecho, intentan engañarte a cada instante y es posible que en algunas cosas lo hayan logrado.
Vemos primero el COMO y después podremos especular sobre el QUIENES y el POR QUE, si todavía sigues leyendo. Porque una reacción muy natural es decir: ¡Vaya, que tontería, ¿cómo no van a ser míos mis pensamientos? Y si piensas eso, es muy lógico que dejes de leer porque te han enseñado a defender con tu vida “tus creencias”, “tus principios”, “tus ideas”. Y viene un desgraciado cualquiera, como Máximo Kinast, a decirte que es posible que no sean tuyas, que estén fabricándote la manera de pensar.
Vamos, te encuentro toda la razón si me envías a la misma mierda. Aceptaré tu razón y tu derecho y lo lamentaré por ti, porque perderías la oportunidad de pensar por ti mismo y ser libre.
Vivimos inmersos, sumergidos en la percepción acostumbrada de las cosas. Eso me lo enseñó un gran antropólogo, Don Benjamín Subercaseaux[1], en 1961. Y es absolutamente cierto que vemos nuestro entorno de una forma “acostumbrada”, hasta “condicionada”.
Un ejemplo muy simple lo explica mejor. El habitante de los Andes, quechua o aymara, no ve el paisaje andino porque él mismo es parte de ese paisaje. Si se para junto a un barranco de cien metros no se le ocurre pensar: “Si me caigo, me mato”, porque los barrancos no son para caerse y sólo a un turista estúpido, como yo o como tu, se le puede ocurrir una idea tan absurda. Ese mismo personaje andino, cuando llega por primera vez a una gran capital y contempla el tránsito de una avenida piensa: “Si cruzo ahora, estos vehículos me matan”. Una estupidez que a ningún habitante de las ciudades se le puede ocurrir. Sólo un habitante de las alturas de los Andes puede pensar semejante tontería.
Nosotros estamos acostumbrados y como él piensa que los barrancos no son para caerse, nosotros que no vemos el paisaje urbano porque somos parte de ese paisaje, pensamos que las avenidas no son para cruzarlas antes de que el semáforo detenga el tráfico. Un esquimal puede distinguir y dar nombre a una enorme variedad de nieve, en tanto que un habitante de ciudad puede decir las marcas de muchos automóviles. Cuidado, no son simplerías. Hablo de la percepción acostumbrada.
Subercaseaux decía –hace más de 50 años- que hemos creado una segunda naturaleza basándonos en un arquetipo, en una abstracción del concepto ‘ser humano’ que nos condiciona y nos hace creer que el mundo es así, como lo percibimos a través de la percepción acostumbrada.
Hoy es diferente. Vivimos en una percepción condicionada por los medios. Nos cuentan un cuento, nos muestran imágenes que nada tienen que ver con la realidad y creemos que esa es la realidad. En el Perú, por ejemplo, mi amigo Wilfredo Ardito lleva una lucha desigual contra el racismo. Critica a las empresas que usan modelos europeos en su publicidad, dando una imagen aria, rubia, blanca de un país en el que existen todas las combinaciones posibles de colores. No obstante, mucha gente se queda con la imagen de la publicidad, que fomenta el racismo y la exclusión.
Y ahora viene lo peor. Todo este artículo sirve de fundamento a un párrafo de otro anterior, en el que escribí (y perdón por citarme): “Sucede que hay en el mundo gobiernos delincuentes, verdaderas mafias, a nivel de municipios, de provincias, de gobiernos regionales, de países y hasta de comunidades de países, como es el caso actual de USA. Como es ese caso que usted conoce tan bien, quienquiera quien sea usted y dondequiera que este. Estoy seguro de que conoce un caso al menos de corrupción a nivel de Gobierno”.
Pero nuestra percepción condicionada nos dice que eso no puede ser. Que si, que hay algún caso aislado, pero no podemos generalizar. No quiero generalizar, aunque hay muchos casos de gobiernos corruptos y muchos partidos políticos que son máquinas electorales para ganar elecciones y administrar en su propio provecho los bienes del Estado, que en teoría, son de todos nosotros.
No quiero generalizar. Voy a particularizar. ¿Qué ha ocurrido en los Estados Unidos? Si te libras un poco de la percepción acostumbrada y de la percepción condicionada, que te dice que el Presidente del país más poderoso del mundo ha de ser una persona inteligente… si recuerdas algunas frases y actos… si piensas un poco vas a llegar a la misma conclusión que yo he llegado.
Visita: http://www.attacmadrid.org/d/3/030309193946.php y disfrutarás de los más absurdos disparates.
Al menos piensa que clase de persona puede leer en voz alta un mensaje que le pasa su mentora –porque eso es lo que es- Condolezza Rice, en el que le decía: “Shut your mouth”. ¿Puede una secretaria o asesora tratar así al presidente de los Estados Unidos? ¿Puede el Presidente de los estados Unidos ser tan idiota como para leer el mensaje en voz alta? Lawrence J. Peter lo advirtió en “El Principio de Peter”. “Dado el tiempo suficiente, estaremos gobernados por incompetentes”. Creo que se quedó corto.
¿Qué se necesita para ser gobernante de un país? Pues tener una cierta edad, estar inscrito en los registros electorales, el apoyo de un partido político y una gran ayuda económica. Este último requisito es la clave. Hay gente que invierte en un candidato y luego quiere recuperar su inversión y quiere sacar beneficio. Es raro que haya mecenas. Más bien son inversionistas que buscan su beneficio. Como los que rodean a Bush.
Y ahora debo desviarme de nuevo. Siempre hubo y ha habido guerras. Es de desear que en el futuro no las haya, aunque temo que las habrá. ¿Para qué se hacían las guerras? Simplemente para ganar dinero, o territorios o gente. Desde el Rapto de las Sabinas el pillaje ha sido la gran motivación de todas las gestas, campañas, invasiones y hechos similares. En un principio, en la Historia de la Humanidad, era el puro, simple y directo saqueo.
Más adelante fue la ocupación del territorio y la explotación a través de impuestos y de la obligación del país dominado de comerciar sólo con el país dominante. Así, la ocupación de un país, digamos la India por el Imperio Británico, era rentable mientras los beneficios que recibía el imperio eran superiores a los gastos que le ocasionaba mantener un ejército de ocupación. Cuando Gandhi, con sus huelgas de hambre, hizo insoportables los costos del ejército de ocupación, la India estaba madura para su independencia.
Pero en este nuevo milenio se ha inventado algo más turbio, algo terrible y casi increíble, pero de una enorme lógica empresarial. Las guerras se hacen para que unas pocas empresas ganen dinero a costa de las pérdidas que se le inflingen al enemigo derrotado y a la ayuda que se le exige a las gentes del pueblo vencedor. ¿Nos vamos entendiendo?
Me explico mejor. No es sólo el pillaje el beneficio que producen las guerras, a los ganadores, por cierto. El beneficio en el nuevo concepto de guerra está en cargar el costo a los habitantes del país vencedor y dejar los beneficios para unas pocas empresas.
¿Te va quedando clara la película? El Presidente de los Estados Unidos de América puede ser un imbécil, incluso un retrasado mental capaz de hacer bromas con las inexistentes armas de destrucción masiva, que busca afanosamente debajo de su escritorio. Eso no tiene importancia. Mientras sea un buen actor y repita obedientemente lo que le mandan decir, es suficiente.
Lo único que tiene importancia es que las empresas que fabrican armas tengan un motivo para vender armas, tanques y aviones; que los que proveen de alimentos, uniformes y vituallas a los ejércitos invasores; que los que se encargan de los servicios médicos para el ejército; que los encargados del transporte de las tropas; que los encargados de proveer de tropas mercenarias puedan fabricar y ofrecer sus ejércitos genocidas, que todos ellos ganen dinero. Ahí está la razón de las guerras. Mientras esas empresas ganen dinero no hay razón para abandonar Irak.
Mientras haya expectativas de beneficios para ese tipo de empresas, no hay razón que impida invadir Irán. Y no importan los costos. Se calculó que la Guerra de Irak costaría unos US $ 50.000.000.000 y está costando casi once veces más, pero eso es un detalle favorable para el lucro de las empresas beneficiadas. Que esta situación agrave la crisis de los Estados Unidos, es un detalle sin importancia para los beneficiarios de la guerra.
Bueno, Máximo, me dirás amable lectora o lector, te estas pasando un poco. Esta denuncia tuya es más fuerte que las habituales.
Te respondo: Te equivocas. Yo no denuncio. Sólo me limito a desarrollar el pensamiento y las advertencias de Dwight D. Eisenhower (1890-1969) sobre el peligro de la relación industrial militar y sacar las conclusiones que cualquiera que no tenga bien lavado el cerebro puede ver y hacer suyas.
[1] Don Benjamín Subercaseaux fue Premio nacional de Literatura, Presidente del Pen Club de Chile, miembro de la Academia de Ciencias de Francia, Medalla al Valor otorgada por la Resistencia Francesa por su lucha contra el nazismo, navegante solitario por los mares del sur…
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